jueves, 29 de julio de 2010

El niño y el espejo.

¿Nunca te he contado la historia del niño enfermo? ¡Sí hombre, sí! Juraría que te la he contado miles de veces. Juraría que ya he estado en esta situación y yo te he preguntado si te he contado la historia del niño enfermo y después te la he contado. Juraría, pero no juro, que tengo mala memoria.

Como no me fío de mi te la voy a contar.

La historia trata sobre una conversación. En un hospital…


“Doctor Ramón Castro acuda al Box8 por favor” “Doctor Ramón Castro acuda al Box8 por favor” repetía una voz. No sé lo que pasaría en el Box8, pero viendo la insistencia de la mujer de megafonía debía ser importante.

Yo estaba en la sala de espera de un hospital, qué más da cuál. Leyendo “La gaceta médica” y leía acerca de “El síndrome de Proteus”, una desfiguración del cuerpo que te facilita el no tener que hablar con nadie nunca más. Miro a mi derecha y veo a un hombre en silla de ruedas con la pierna completamente escayolada. El hombre mira el suelo y tiene la expresión del que no recuerda nada. Lleva remangados unos pantalones grises roídos por la zona perineal y una camiseta verde que pone el nombre de una actriz antigua. Por entre las barras traseras de la silla de ruedas le cuelga una gabardina de tergal. Detrás de la gabardina de tergal hay un niño pelirrojo con pecas que está intentando quemársela con el mechero que le ha robado a su madre.

Vuelvo a mirar “La gaceta médica” y leo acerca de “El síndrome de Capgras”, un trastorno en el que crees que tu gente cercana no son más que falsos impostores. ¿Tendré yo el síndrome de Capgras? Lo dudo. Solo tengo a mi hijo y él no es un impostor. Miro a mi izquierda y veo a una mujer golpeándose las tetas con el abanico. A su lado está lo que presumiblemente diremos que es su marido. Un anciano con dos bolsas de suero en un trípode, con la bata desabrochada, que deja ver más de lo que necesito y con una tercera bolsa adicional colgándole de su asiento que se divide en dos, un compartimento para la orina y otro compartimento para la sangre. Está esperando que se lo lleven a planta.

Giro de nuevo la cabeza y ahora leo acerca de “El Síndrome de Hutchinson-Gilford” y cómo un niño de 12 años muere de viejo. Bajo la publicación y miro por encima de ella. Una mujer llora mientras habla por teléfono. Le dice que ella le había puesto el cinturón, que había cumplido con todas las normas de seguridad. Sigue llorando. Dice que no vio al motorista que le hizo dar un volantazo. Sigue llorando. Dice que aún recuerda ver a Lucky salir volando por la luna delantera de su Polo. ¿Lucky? ¿Quién llama a su hijo Lucky? Más tarde me enteré que no era su hijo, si no su perro el que había salido volando. Sigue llorando.

Miro de nuevo “La gaceta médica” y ahora leo acerca de “El síndrome de Moebius” y me declaro sufridor parcial de éste último síndrome. No risas, no llantos, no emociones que se reflejen en mi cara. He aprendido a controlarlas y a no mostrar un ápice de sentimientos con la mirada, con los labios o con las cejas. Nada.

Me desenmascaro y si paro el tiempo a mi alrededor puedo ver niños jugando a sus consolas portátiles. Un hombre sigue con la mirada una mosca. La mujer del teléfono sigue llorando. Ya no están ni el señor con las bolsas ni la señora con el abanico. Un joven está preocupado porque se le ha infectado su tatuaje que reza “Solo los fuertes sobreviven”. Los fuertes y los que no se hacen tatuajes con agujas oxidadas, claro. El tipo de la gabardina ya está ardiendo, pero él no lo sabe. Una enferma sí que lo sabe y corre hacia él desde lejos. ¿Cuánto puedes esperar sin quemarte?

El tiempo puede seguir corriendo y veo como llega gente nueva y se va la que ya estaba. Parece que yo soy el único digno de estar en esta sala. El único que espera.

Cuando me dispongo a seguir leyendo sobre “Fibrodisplasia osificante progresiva” veo que a mi derecha se ha sentado un niño de una edad aproximada de 6 ó 7 años. El niño me mira con sus ojos verdes y su pelo castaño. Me mira con su camiseta a rayas azules y blancas y sus zapatos negros brillantes y sus pantalones de pana. El niño me mira con su calidez, con su curiosidad y con su calma. El niño me mira con su pena y con su comprensión.

Se le habrá perdido a alguien, fue lo primero que pensé, pero el hospital había quedado deshabitado. Toda la vida que había ahí había desaparecido. Toda la muerte que había ahí también había desaparecido. El niño no ha dicho ni una palabra.

Me levanto y doy una vuelta para ver si queda alguien aún por allí. La recepción está vacía y el banquillo de celadores también. Será la hora de comer. Vuelvo a la sala de espera y ahí está el niño, callado, expectante, educado. Me siento a su lado y le pregunto “¿Dónde están tus padres?” y él me responde que se han ido a comer. Menudos padres si dejan a su hijo con un desconocido mientras ellos comen. “¿Dónde están los tuyos?” me pregunta él.

- Mis padres están… - miro a mi alrededor – comiendo también. – Mis padres están muertos, pero ¿cómo le voy a decir eso a un niño?
- Es posible que estén comiendo juntos entonces – dice el niño – y es posible que estén comiendo lo mismo. ¿Por qué te han dejado aquí solo?
- Esa pregunta te la podría hacer yo a ti, jovencito. – respondo y el niño se asusta – Yo ya soy mayor y puedo estar solo si quiero. – sonrío
- Ya claro, eso dicen todos. Siempre dicen lo mismo
- ¿Tú qué haces aquí solo?
- Ya soy mayor. – contesta

Nos quedamos los dos en silencio y sigo leyendo sobre enfermedades. Sigo leyendo sobre casos extraños que no me pueden pasar a mí, para así fortalecerme. El niño no deja de mirarme y yo me empiezo a poner nervioso. Su cara me resulta familiar. Me levanto y me voy a otro asiento, para así no tenerle a mi lado mirándome. Sigo leyendo sobre “Paramnesia duplicativa” y tengo al niño exactamente en la misma posición que antes.

- ¿Qué quieres? ¿Dinero? ¿Comida? ¿Unos padres? Ve a la cafetería – le digo algo enfadado.
- No quiero nada de eso. ¿Tú qué quieres? – me dice
- ¿Cómo? Yo no quiero nada.
- Entonces, ¿por qué estás aquí? – el niño ahora tiene una cara diferente. Más madura.
- Estoy esperando, esto es una sala de espera.
- No te estoy preguntando qué estás haciendo, estoy preguntando que por qué estás aquí. La gente mayor tiende a confundirlo a veces.
- Estoy esperando a que me traigan a mi hijo. Está enfermo.
- ¿Enfermo? ¿Por qué? – me pregunta con la inocencia de un niño y me responde con la madurez de un anciano.
- ¿Cómo que por qué? Eso no tiene ninguna razón.
- ¿Se ha portado mal?
- No, no lo ha hecho.
- ¿Entonces?
- ¡Entonces qué! – me levanté tirando el periódico por los aires. Todas las hojas de la publicación revoloteaban cerca de mi cabeza, que estaba siendo sujetada por sendas manos. – Mira, yo no sé quién eres, no sé qué haces aquí ni por qué se ha ido todo el mundo, yo solo quiero que esto acabe ya.
- Pero… - el niño se levantó y se recogió una hoja del suelo. Me miró y dijo - ¿y si no acaba?
- ¿Cómo no va a acabar? ¡Tiene que acabar! Llevo 7 meses en España y me quedan otros 7 para volver a mi país. Ni siquiera sé por qué te estoy contando esto…
- No pasa nada, estoy aquí para que me lo cuentes. – dijo el niño. - ¿Cómo se llama su hijo?
- Se llama Otto, está en el quirófano. Espera un hígado. Yo estoy aquí porque en la sala de espera de quirófano estaba solo.
- ¿Solo? Tiene a su hijo.
- Supongo que tienes razón – dije y empecé a recoger todas las hojas de periódico desperdigadas por el suelo.

Voy leyendo acerca de esclerosis múltiple, de abcesos cerebrales, de periodontitis, de enfermedades de Kala-Azar, todas ellas documentadas con fotos y comentarios a pie de página para que entendamos los tecnicismos. Podrían poner pie de página en la vida real. *Te está poniendo los cuernos. *Estás muriéndote por dentro. *Tu amigo es una mujer. Todo etiquetado, todo clasificado, todo innegablemente estúpido, para no fallar.

La Rabdiomiolisis se trata con diuréticos. Para tratar el síndrome de Sjögren antinflamatorios no esteroideos. La Valvulopatía cardíaca con antibióticos. ¿Con qué se cura la soledad o el vacío?

“Déjeme que le haga una pregunta” me dijo el niño.

- Adelante – digo recogiendo la última página, que hablaba sobre Queratitis.
- Si su hijo muere hoy, ¿qué pasará? ¿Significa eso que ha tirado usted 7 meses de su vida? Quiero decir, si muere dentro de 7 meses, ¿usted habrá tirado 14 meses? ¿A usted qué le queda? ¿Quién le va a devolver el tiempo que ha pasado con su hijo? – dijo él. Mientras él hablaba yo le prestaba atención a un niño con un carro con suero, que estaba cruzando a toda prisa la habitación. El niño no tenía nada de pelo, seguramente por culpa del Interferón y de la quimioterapia. Detrás de éste venía otro. Estábamos presenciando una carrera.
- Si mi hijo muere hoy tendré la satisfacción de haber estado con él durante todo este tiempo y habérselo hecho lo más llevadero posible.
- Si su hijo muere todo eso dará igual. ¿Qué más da cómo haya vivido, si ya no puede recordarlo? ¿Quién le va a dar las gracias? ¿Qué va a hacer con la satisfacción? ¿Sabe de algún lugar donde cambien satisfacción personal por una vida que vivir? –dijo el niño con la voz subida de tono.
- El recuerdo de mi hijo me basta para seguir adelante.
- ¡Tonterías! ¡Tú te bastas para seguir adelante!
El niño tenía razón, si mi hijo muere no habrá servido para nada todo este tiempo. Esa acción que no se completa, el tiempo invertido, en ninguna parte.
- ¿Qué hacer? ¿Refugiarme en alguien? ¿Compartir ese tiempo vacío con otra persona? - dije
- Es un comienzo. Haz partícipes a los demás de tu desgracia. Acorrálala. De todas formas, tu desgracia es solo otra más, ¿qué más da? Son palabras. “Murió mi hijo” “Tengo cáncer” “Te quiero”. Frases. Tonterías. ¿Las acciones? Tonterías. Las acciones se olvidan. Se pudren. Necesitas algo más grande que eso. Necesitas estar por encima de eso. ¿Murió tu hijo? También vivió. Empate.
- ¿Qué me ofreces? ¿De qué estás hablando?
- No hablo de nada en concreto. Eres tú el que empezaste. Pero dime una cosa, si hoy muere tu hijo ¿qué dirás al llegar a casa? ¿qué has estado haciendo en España? “Hola, ya estoy aquí, después de 7 meses no haciendo nada”. Tu mujer habrá hecho un puzle, tu cuñado se habrá comprado un coche y tú volverás con las manos vacías. Tú y tu acción no completada.
- Diré que hice lo que pude.
- No, no lo hiciste, no completaste la acción.
- Y ¿qué hago?
- ¡Completa la acción! – gritó el niño tirando su silla hacia atrás.
- Quieres que mate a mi hijo…
- Tu hijo hace tiempo que ha muerto, no creo que haya ningún inconveniente.

El niño me miró con su camiseta a rayas azules y blancas y su pantalón de pana. El niño me miró con sus zapatos lustrados. El niño me miró con su frialdad mezquina. El niño me miró con su determinación. Miré sobresaltado hacia al ascensor, que abría sus puertas y vi salir a un niño delgado, amarillo y con una bata que le llegaba hasta las rodillas. Era Otto. Era mi hijo. Debía terminar mi acción. Debía acabar con él. Debía llegar a casa sin las manos vacías. Debía llegar a casa con el hígado de mi hijo en la mano y entonces podría decir “Lo conseguí”. Le miré a los ojos, y como si eso le hubiera bastado para conocer mis intenciones salió corriendo por la sala de espera y se refugió detrás de unas cortinas de color canela.

Me arrodillé para estar a su misma altura y después de decirle “Lo siento” estrangularle con mis propias manos. “¿Sabes? ¡Me alegro de que seas tú el padre!” oigo de fondo al niño.

Avancé lentamente y me puse detrás de la cortina y él estaba sentado con las rodillas encogidas mirándome. Me acerqué a él y con tono lastimero emitió un quejido. Le pedí perdón y así con mis manos su garganta. Apoyé su cabeza contra el suelo y apreté. Mis 7 meses concluidos. Mi acción completada. Mi vacío llenado. Mi drama acorralado. El círculo cerrado. Mi particular milagro de los panes y los peces. Mi sentimiento de satisfacción amarga con el que viviré toda la vida. Mi acción completada.

“¿Dónde está?” oigo de fondo. Yo sigo apretando y sus ojos se van hinchando como dos globos. “No es por ti, es por mí” le digo. Lo necesito y él en cierto modo también.

“Está detrás de las cortinas otra vez” oigo de fondo, y cuando miro mis manos mi hijo ha desaparecido. Para siempre. Y descorren las cortinas y veo a un hombre de color vestido con un mono blanco. Un celador. “¿Mi acción está completa?” le digo. “Sí, claro que sí” me responde. “Pero no lo estará del todo si no te tomas la medicación”.

Me incorporo y veo a un hombre con una gabardina de tergal que se quemó hace tiempo, pero él sigue usando. Sigo andando y veo a una señora con un abanico que golpea una y otra vez en su pecho. Detrás de la señora hay un hombre meando en las plantas. Sigo caminando y ahora veo a una señora que está llorando mientras acaricia el peluche de un perro con casco de astronauta. Un hombre está sentado en una butaca y tiene escrito con cicatrices “Solo los fuertes sobreviven”. Todos ellos tienen el mismo mono que yo. Un mono blanco.

Cuando llego al mostrador me dan un bote con dos píldoras de color azul y blanco. Me las tomo y se acerca un anciano con una bata blanca cubriendo unos pantalones marrones y una camisa a rayas negras y rojas.

“¿Cómo te encuentras hoy?” me pregunta. “Ya he completado mi acción” le digo. “Estoy recuperado” le digo. “Ya puedo volver a casa” le digo.

domingo, 18 de julio de 2010

Confesiones de una mente peligrosa

Y lo es. Chuck Palahniuk, a quién ya he parafraseado en alguna entrada es una mente muy turbia (y no es para menos).

Leyendo acerca de él me he podido enterar de que su primera novela "seria" ("Monstruos invisibles") no fue publicada por ser demasiado "perturbadora". Chuck, después de esto, escribió en tan solo tres meses "El club de la lucha" pretendiendo así hacer una obra más perturbadora. Sorprendentemente (para él) le publicaron esta última. No he mencionado su primer libro, porque no se llegó a publicar jamás debido a que la historia era una puta mierda, al parecer ("Insomnia: If You Lived Here, You'd Be Home Already").

Tras el éxito de "El club de la lucha" y su adaptación al cine, Palahniuk escribió su cuarto libro ("Superviviente") y aportó una nueva versión de "Monstruos Invisibles" que sí fue publicado. Fue un éxito, aunque para mí particularmente "Monstruos Invisibles" se puede resumir en la reflexión que expongo después.

Tras ser ya un escritor reconocido, su siguiente libro le catapultaría a la estantería "Best-seller". Asfixia (también llevada al cine, pero con menos éxito, debido a una interpretación de la historia nefasta) es una obra que hace una fuerte crítica con un humor negrísimo y el primer libro que leí de él.



Después pasó algo que pienso que le marcó para siempre. Su padre encontró pareja por un anuncio de contactos. Empezó una relación con Donna Fontaine, quién había metido en la cárcel a su anterior novio, el cual había jurado matarla si salía de prisión.

Efectivamente. Salió de la prisión y siguió a Donna y al padre de Chuck hasta su apartamento, les raptó a los dos, les metió en una cabaña, los mató de un disparo a cada uno y prendió fuego a la cabaña.

Chuck dio testimonio para volver a meter a ese hombre en la cárcel y condenarle a pena de muerte por doble homicidio. Para ayudarse a sobrellevar la culpa decidió escribir "Nana" (que es el libro que me estoy leyendo ahora mismo, el cual trata del descubrimiento de un poema que tiene el poder de matar a quién lo escucha).

Tiene otros muchos baches su vida, pero si me pusiera a contarlos todos eternizaría el post. Mejor os metéis en Wikipedia y lo miráis.


La reflexión de "Monstruos invisibles" la da Brandy, uno de los personajes del libro.

"- [...] Si hago todo esto es porque me parece que es el mayor de los errores.Es ridículo y destructivo, y a cualquiera que le preguntes te dirá que estoy obrando mal.Por eso tengo que pasar por ello. [...] ¿No te das cuenta? Porque nos han enseñado a hacer lo correcto. A no cometer errores. Supongo que cuanto mayor parezca el error, más posibilidades tendré de romper con todo y empezar una vida de verdad.
Como Cristóbal Colón navegando rumbo al desastre en el fin del mundo.
Como Fleming y el moho en el pan.
- Todos los descubrimientos verdaderos surgen del caos, son resultado de dirigirse hacia lo que parece incorrecto y ridículo y tonto.
[...]
-Pero yo estoy cometiendo el mismo error, solo que mucho peor todavía; el dolor, el dinero, el tiempo, y el hecho de ser despreciado por mis amigos de antes. Al final mi historia se reduce a mi cuerpo.
Una operación de cambio de sexo es para algunas peronas un milagro, pero si no lo deseas de verdad, es la peor forma de automutilación.
- No es que me parezca malo ser mujer. Eso podría ser maravilloso si yo quisiera ser mujer. Pero lo cierto es que ser mujer es lo último que deseo. Es el mayor error que podría cometer.
Este es el camino hacia el mayor descubrimiento. Porque estamos completamente atrapados en una cultura, en el hecho de ser humanos en este planeta con este cerebro que tenemos, y con dos brazos y dos piernas como todo el mundo. Estamos tan atrapados que cualquier escapatoria que imaginemos se convertiría nuevamente en una trampa. Todo lo que queremos, lo queremos porque nos han enseñado a quererlo.
- Lo primero que pensé fue amputarme un brazo y una pierna, el lado izquierdo o el derecho, pero ningún cirujano quiso ayudarme.
- También pensé en el sida, para conocer la experiencia; pero todo el mundo tenía sida y me pareció demasiado convencional, incluso esnob. [...]

- Hacen falta los dos pies para saltar al desastre.
- No soy heterosexual ni soy gay. No soy bisexual. No me gustan las etiquetas. No quiero meter mi vida entera en una sola palabra. En una historia. Necesito encontrar algo distinto, incognoscible, un lugar que no figure en los mapas. Una auténtica aventura.
Una esfinge. Un misterio. Un vacío. Desconocido. Indefinido. Incognoscible. Indefinible.
- Cuando te conocí me diste mucha envidia. Deseaba tener tu cara*. Pensé que ir por la vida con esa cara requería mucho más valor que cualquier operación de cambio de sexo. Te permitiría hacer descubrimientos mayores. Te haría más fuerte de lo que yo podría llegar a ser jamás."


Lo que viene a decir es que con actos cotidianos, vistos desde una perspectiva de mutilación, puedes obrar milagros. Y este es Chuck Palahniuk, tan reflexivo como una bala en el cráneo y tan sangrate como un filósofo.



*La protagonista tiene la cara desfigurada.

viernes, 2 de julio de 2010

Dando por culo

He descubierto hace poco una página de humor surrealista al más puro estilo 4chan (muchas son traducciones del contenido de esta última). La página es Dando por culo

Así que nada, aquí os la dejo y una muestra de lo que os podéis encontrar ahí.